Somos Maca y Adri, un matrimonio que ama a Jesús, lleva más de una década construyendo sueños juntos…

Durante años dirigimos una startup tecnológica pionera para el mundo de la fotografía en España,

Adri, diseñador gráfico obsesionado con la experiencia del usuario; y yo, Maca, fotógrafa profesional y consultora de negocios y marketing.

Nuestro software servía a miles de compañeros fotógrafos y, honestamente, nos sentíamos en la cima. Hasta que llegó el quiebre: Un ciberataque fulminó nuestra empresa: servidores caídos, clientes sin servicio y años de trabajo borrados en cuestión de minutos. Nos quedamos sin ingresos ni ahorros, con 38 años, tres hijos y la cuenta en rojo. Y, como suele pasar, muchos prefirieron buscar un culpable antes que entender lo ocurrido. No fue nuestra culpa; simplemente el mundo funciona así. Entre acusaciones y pérdidas, tuvimos que asumir que aquel proyecto había llegado a su fin y que nuestra reputación había quedado hecha trizas.

Fue la temporada más oscura y, al mismo tiempo, la más fértil. Entre ruinas aprendimos a amar a Dios con todo: cuando no entiendes, cuando duele, cuando el GPS se queda sin señal. Nos dimos cuenta de que habíamos dado claridad a otros fotógrafos sin saber escuchar nuestro propio llamado, y de que las “estrategias exitosas” sirven de poco si no están impregnadas de Reino.

La noche del 30 de diciembre de 2024, cansados de postergar la obediencia, publicamos nuestra primera reflexión en audio, en nuestra cuenta de instagram y tiktok, fondo negro, letras blancas y un simple recordatorio de esperanza. No había plan de negocio, solo el deseo de sanar compartiendo lo que el Padre hacía en nosotros. Día tras día, rotos pero firmes, seguimos, constantes, sin fallar ni un día.

Seguíamos tanteando otros proyectos—apps nuevas, consultorías, cualquier cosa—porque, siendo sinceros, pensábamos: “¿Quiénes somos nosotros para hablar de Dios?” Esa duda nos empujaba a buscar fuera una idea “seria” que volviera a encajarnos en el mundo de los negocios. Probábamos y probábamos, pero cada intento se sentía forzado y nos dejaba más agotados. Mientras tanto, las reflexiones sobre fe, el llamado de Dios en nuestra vida, que subíamos casi sin plan seguían tocando vidas y haciendo que la comunidad creciera. Ahí empezó a quedarnos claro que tal vez el llamado no estaba afuera, sino justo en eso que hacíamos con el corazón y sin pretensiones.

Aun así, tratábamos de mantener todos los platos girando… hasta que, en un tiempo de oración, sentimos a Dios señalarnos con claridad: “Por ahí no es; suelten lo que los está vaciando”. En ese momento entendimos que el sobreesfuerzo nos estaba drenando y que lo único que realmente nos daba vida eran aquellas reflexiones que compartíamos cada día. Ahí decidimos frenar lo demás y mirar de frente el camino que el Padre venía marcando desde el principio.

Poco a poco la comunidad creció y entendimos que Dios estaba construyendo algo nuevo: activar llamados —como había activado el nuestro— para que otros usen sus talentos, sus cicatrices y su historia como piezas de un rompecabezas que bendiga al mundo.

Hoy estamos aquí porque tenemos la certeza de que todo lo vivido se convierte en combustible cuando lo pones en sus manos. Sabemos lo que es sentirse frustrado intentando integrar fe, propósito y trabajo; y sabemos que el Espíritu puede soplar sobre esos restos y levantar algo más grande que antes.

Ese es el propósito detrás de esta clase: mostrarte que sí es posible alinear tu diseño, ordenar lo revelado y manifestar lo que ya está escrito sobre tu vida. Venimos como hermanos de FE, como testigos de que las brasas vuelven a arder cuando decides caminar, aunque sea temblando.